La miada más cara
¡Ahí vienen los Chinelos! Gritó
Paola emocionada cuando a lo lejos se escuchaba la banda acercase cada vez más
a nosotros mientras bebíamos una cerveza michelada en las calles de Tepoztlán.
Eran días de carnaval y como cada
año, íbamos al Pueblo Mágico a dar el famoso Brinco del Chinelo, baile
tradicional del estado de Morelos que hace burla a los españoles con sus
máscaras barbudas, siempre 40 días antes de Semana Santa.
Tras cada trago se acercaba el fin
de otro vaso más de cerveza, y con ellos, el vochito con las ventanas abiertas
que traía un disco con la música característica del Chinelo que había
emocionado a Paola pensando que traía consigo a los coloridos danzantes.
Ya todos sabemos lo que pasa con mil
vasos de cerveza: empezamos a ir al baño constantemente, aunque sé de algunos
que van siempre aún sin cerveza. Yo, la verdad soy uno de esos, quien me conoce
lo sabe, soy un hombre “miónico”, y eso algunas veces puede salir caro.
Horas antes, en el famoso “precopeo”
en casa de Kara en Cuernavaca, la ciudad de la eterna primavera, estábamos
reunidos un grupo de, en ese entonces jóvenes, preparándonos para dar el
brinco.
Bebíamos cerveza cuando llegó la
hora de aventurarnos a Tepoztlán. ´La caminera’, dijeron Pimpi y Werever,
haciendo énfasis en que debíamos ir preparados para el largo camino de media
hora que nos esperaba hacia el pueblo mágico, ‘voy a pasar al baño’, les dije,
‘no vaya a ser’, rematé.
Nos fuimos, y al llegar, como buen
Chan que soy, me iba ‘orinandísimo’, como acostumbramos decir en el grupo. Que
me orinaba, pues.
‘Ya casi llegamos’, decía el
Werever, flaco, alcohólico y obviamente güero, ‘aguanta, wey’, ya estamos
llegando a los baños públicos del pueblo…
Llegamos, bajé corriendo y los baños
estaban cerrados, yo desesperado, pensaba que iba a ser inevitable orinarme en
mis pantalones que iban a escurrir hasta mis chanclas blancas.
`¡Orina detrás de ese carro!`, dijo
el Werever, cosa que hice, cuando llegó un policía en una moto y les dijo a mis
amiguitos: ‘me lo voy a llevar’.
Werever, hábil con la palabra y la
“wawareada” empezó a decirle al poli: `no sea así, al pobre muchacho se le
reventaba la vejiga… ¿cómo lo podemos arreglar?’
Sí... mi vejiga contribuyó a la
corrupción de México, pero, ¿acaso íbamos a perdernos el carnaval? ¿Acaso me
iban a dejar morir solo esos días de fiesta?
No me abandonaron a mi suerte, así
que tuvieron que hacer la famosa “vaquita” para cooperar a la cartera del
policía sediento del poco dinero que podían tener aquellos jovenzuelos.
`¡Pinche Enrique! Esta fue
definitivamente la miada más cara, dijo el Werever dándole un trago más a su
caguama, que daba el banderazo oficial de inicio de la fiesta en aquel pueblo.


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