A cada quién su Carnaval
Aún recuerdo con mucha risa cuando una amiga me contó de aquella vez
que fue al Carnaval de Tepoztlán con su novio y sintió de repente una
resbalosa mano que recorría todo su cuerpo, ella siguió bailando,
pensando que era su novio, no tardó en llegar la sorpresa al ver el
peluche característico de los Chinelos de Morelos manoseándola. No faltó
el grito lleno de groserías, cachetadas y golpes que las mujeres suelen
hacer en esos casos.
“Siempre es lo mismo en el Carnaval de Tepoz”, me decía un amigo, pero la neta es que a cada quién le toca su Carnaval, como aquella vez que se armó una batalla campal en el paradero de buses de regreso a Cuernavaca y que presenciamos en aquel coliseo. Nos tocó proveer de armas como tubos y palos a luchadores, e incluso cargar camisetas mojadas de sudor y sangre; lo que sea para que aquellos gladiadores se alejaran un poco.
No fue así al año siguiente cuando al seguir a una comparsa de Chinelos por el pueblo nos tocó una ola de mar de gente de regreso con lluvia de golpes incluida que nos orillaron a mis amigos y a mi a hacernos a un lado. Los efectos de película como suele suceder en esos casos: una mesa de una cantina se volcó, volaron las cervezas y corrieron mujeres gritando a la parte interior del establecimiento.
Al año siguiente fue un poco más tranquilo, o quizá con la edad el tranquilo soy yo, nada de violencia, un poco de baile, bebida y regresar más temprano a casa. La cosa es que a cada quién le toca su Carnaval. Sí, es tradición, es siempre 40 días antes de Semana Santa y en Tepoztlán se trata siempre del brinco del Chinelo, lo que no es siempre es lo mismo.
De vez en cuando busco en YouTube “Música de Chinelos” y escucho a la banda de viento. Eso no tiene nada de extraordinario, lo extraordinario ocurre en mi mente al intentar asemejar el paso de “brinquito” que jamás he podido dominar, tiene su chiste, y como la vida es un carnaval, pues no hay que llorar, hay que bailar sin temor a hacer el ridículo, seguro al hacerlo la vida nunca se podrá decir que es la misma.
“Siempre es lo mismo en el Carnaval de Tepoz”, me decía un amigo, pero la neta es que a cada quién le toca su Carnaval, como aquella vez que se armó una batalla campal en el paradero de buses de regreso a Cuernavaca y que presenciamos en aquel coliseo. Nos tocó proveer de armas como tubos y palos a luchadores, e incluso cargar camisetas mojadas de sudor y sangre; lo que sea para que aquellos gladiadores se alejaran un poco.
No fue así al año siguiente cuando al seguir a una comparsa de Chinelos por el pueblo nos tocó una ola de mar de gente de regreso con lluvia de golpes incluida que nos orillaron a mis amigos y a mi a hacernos a un lado. Los efectos de película como suele suceder en esos casos: una mesa de una cantina se volcó, volaron las cervezas y corrieron mujeres gritando a la parte interior del establecimiento.
Al año siguiente fue un poco más tranquilo, o quizá con la edad el tranquilo soy yo, nada de violencia, un poco de baile, bebida y regresar más temprano a casa. La cosa es que a cada quién le toca su Carnaval. Sí, es tradición, es siempre 40 días antes de Semana Santa y en Tepoztlán se trata siempre del brinco del Chinelo, lo que no es siempre es lo mismo.
De vez en cuando busco en YouTube “Música de Chinelos” y escucho a la banda de viento. Eso no tiene nada de extraordinario, lo extraordinario ocurre en mi mente al intentar asemejar el paso de “brinquito” que jamás he podido dominar, tiene su chiste, y como la vida es un carnaval, pues no hay que llorar, hay que bailar sin temor a hacer el ridículo, seguro al hacerlo la vida nunca se podrá decir que es la misma.
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